En primer lugar, quiero advertirte de que este artículo puede llegar a desactivar tu sistema inmunológico y aunque no te contagiaras del coronavirus puede que el virus del mochilero cambie tu vida para siempre. Así que si decides cerrar el navegador respeto tu decisión y seguimos tan amigos. A partir de ahora los efectos que esta lectura pueda tener en ti corren bajo tu propio riesgo.
La primera vez que viaje con la mochila al hombro fue con un amigo del ejército y elegimos India porque era el único país por el que nos podíamos permitir viajar durante más de un mes. Esto fue hace más de 20 años, pero aún recuerdo a mi madre diciéndome en la cocina que íbamos a ser secuestrados, y que iban a vender nuestros riñones en el mercado negro. Como ya imaginaras, no pasó nada por el estilo, sin embargo en algo tenía razón: nuestra vida cambiaría para siempre.
Volamos a Bombay y aunque los primeros días el choque cultural fue brutal no tuvimos ningún problema, ni siquiera un triste dolor de estómago. De ahí cruzamos a Goa y tras una semana de playa viajamos a Mysore, a ver el palacio del Maharajá.

A partir de ahí empezamos a viajar hacia el norte pero no fue hasta que llegamos al parque nacional de Kanha que mi vida cambió para siempre. En Kanha, hay una gran población de tigres y, de hecho, Rudyard Kipling, el poeta británico se inspiró en ese lugar para escribir “el libro de la selva”. Permíteme usar sus palabras:
El aire mecía los sonidos de la noche, que, juntos, creaban un gran silencio
Rudyard Kipling
¡Hermoso!, créeme cuando te digo que Kanha es un lugar mágico.
Estábamos cenando un curry bastante picante junto a una hoguera cuando un viejillo con un gran sombrero se acercó a nosotros cojeando, «artrosis de rodilla «, dijo y se unió a nosotros para la cena. Era inglés y se llamaba Connor. En su juventud había circunnavegado el mundo en 80 días acompañando a su padre, como Julio Verne solo se había atrevido a imaginar. En otro de sus viajes había viajado desde Alaska hasta Ushuaia atravesando el continente americano. Nos emocionó con sus caminatas a través del Himalaya donde juraba que había visto al Yeti. Nos contó historias sobre las amazonas donde había cruzado ríos infestados de caimanes y noches mágicas bajo el hechizo de Machu Picchu. Su vida era una aventura increíble, y Fermín y yo éramos jóvenes, y aun no estábamos vacunados contra aquellas historias fascinantes sobre viajes.
Esa noche mi amigo y yo nos contagiamos con un virus. A la mañana siguiente, Fermín no pudo venir a ver a los tigres porque algún virus le había fastidiado el estómago. En mi caso, vi los tigres, pero también había pillado un virus. En mi caso, un virus que me acompañará toda la vida.
Cuando regresé a Londres, le confesé a mi novia en una cafetería que me había infectado con un virus. ¡Oh, Dios mío! ¿Estás bien? ¡Te dije que no te fueras! ¿Qué tipo de virus? El virus del mochilero, dije, pero no te preocupes, todavía tengo mis dos riñones.
Bueno… si has acabado en esta página web seguro que ya sabes lo que es un mochilero o puede que tú también lo seas. Aun así déjame decirte a qué me refiero yo cuando hablo de un mochilero porque mi madre y yo nunca nos ponemos de acuerdo en esto.
A grandes rasgos, un mochilero es un viajero que generalmente está en la carretera durante varios meses seguidos. La versión más poética sería: un espíritu aventurero que ha renunciado a algo para seguir un estilo de vida de viajes y exploraciones. Para mi madre un mochilero no es más que «un hippie con una mochila grande»
La siguiente pregunta sería: ¿Qué es el virus de mochilero?
El virus del mochilero es una enfermedad recurrente y una persona infectada sufrirá recaídas cada pocos años. Estarás en el curro sentado delante del ordenador y te encontrarás soñando despierto con países lejanos, culturas diferentes y paisajes impresionantes. Si tienes suerte, comprarás el billete de avión más barato y tira millas. Realmente no importa si cruzas Centro América, el Sudeste Asiático o recorres Australia. Lo importante es viajar, disfrutar la aventura y recordar que tardarás unos tres meses en recuperarte.
Para los desafortunados con más responsabilidades que dinero, la recuperación es larga y dolorosa. La vida te asfixia y tus últimas aventuras parecen que sucedieron en otra vida. Comenzarás a pedir comida a domicilio de cocinas de todo el mundo porque los olores desconocidos y los sabores exóticos tendrán un efecto terapéutico. Tacos mexicanos para desayunar, pollo tandoori para comer y fideos fritos de Singapur para la cena.
A medida que pase el tiempo, no sentirás mejoría y acabarás haciendo la compra en Carrefour con la mochila de 50 litros y bailando salsa con botas de trekking. En algún momento, ese estado melancólico se volverá crónico, y no tendrás más remedio que compartir tu problema. Y es por eso que estoy aquí, delante del ordenador, con un sombrero de ala ancha de North Face mientras escribo este relato.
Déjame decirte una frase que leí una vez en un hostal en ruinas en Bolivia:
La vida es como un libro y si no viajas solo lees la primera página
Permíteme escribirlo otra vez: «la vida es como un libro y si no viajas, solo lees la primera página». Esta noche, antes de acostarte, reflexiona sobre esas palabras. Si te duermes de inmediato, no tendrás ningún problema; pero si pasas toda la noche haciendo planes para tu próxima aventura. Lo siento, pero te dije que dejaras de leer este relato. Estás infectado con el virus del mochilero y ahora eres un “hippie” que necesita una mochila nueva.
Tan solo te puedo asegurar una cosa. Y es que tu vida nunca será la misma.